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jueves, 21 de noviembre de 2013

De nieblas y noches


Niebla, noche, fenómenos intrigantes en una época en que la modernidad se abría paso entre las creencias y la incultura. Hoy os presentamos un extracto de Gris es la noche, escrita e ilustrada por David Tapia para Los Diletantes número 2.
Para acompañar estas palabras, os dejamos también uno de los dibujos que ilustra el relato.

En breve, disponible íntegro, en la versión impresa.


"Me encontraba sentado en uno de los bancos de cubierta, en el ferry que une San Francisco con Tiburón, siguiendo la ruta de Alcatraz. Incluso para un hombre de tierra como yo, que no encontraba ningún recelo en la travesía de tamaña embarcación sobre las frías aguas, dejé que el misterio de la niebla se adueñara de mi imaginación. Y fue en aquellos momentos, entre el ronco ulular de sirenas y el lúgubre tañido de campanas, cuando comencé a meditar sobre la fascinación que envuelve el fenómeno. 
Dicen en San Francisco que la niebla mantiene oculto todo un mundo irreal y desconocido ante los ojos de los hombres. Incluso se ha llegado a creer que es la puerta a otra dimensión. En cualquier caso, se trata de un fenómeno inquietante que envuelve en su agitado seno otros fenómenos no menos inquietantes. 
Por ello se habían requerido mis servicios de detective. Leo textualmente: “Ojos penetrantes y luminosos, piel escamosa y brillante, fuerte olor a sulfuro y provisto de unas fibrosas garras que concluyen en largas y afiladas uñas”. Al principio pensé que se trataba de una mujer, pero la descripción me sonaba bastante a un dragón chino. Aunque la verdad, no creía en ese tipo de cosas. Al menos no parecen muy propias de 1937. Mis creencias eran más sencillas y mis motivaciones claramente dirigidas hacia el color verde y el olor a dinero. 
Debo decir que semejante descripción me fue facilitada por la misma persona empeñada en contratar mis servicios: un misterioso chino de modales refinados, propietario de un salón de té en la avenida Grant. El chino, de cara redonda y amarillenta, me mostró un fajo de billetes de dudosa procedencia y me pidió que investigara unos extraños avistamientos que mantenían atemorizados a sus compatriotas residentes en el pueblo costero de Tiburón. La mayor parte de ellos, obreros que habían construido el ferrocarril hasta el Pacífico y se habían asentado en la zona. Me solicitó discreción. No era lo habitual, pero dadas las circunstancias, me vendría bien liquidez suficiente para pagar unos cuantos meses de alquiler del apartamento.   
Como iba por libre en este asunto, no podía disfrutar de las esplendorosas comodidades que otorga la económica agencia de detectives Eureka, para la que trabajaba regularmente. Así que tuve que conformarme con un estimulante viaje en ferry subvencionado por el chino de modales refinados. El trayecto no duraba más de veinte minutos entre los cuales, se podían contemplar los grandes barcos que atracaban en el puerto de San Francisco procedentes de las rutas comerciales del Pacífico. En el transcurso del viaje, nos adentrábamos en unas aguas turbulentas de corrientes misteriosas y peligrosas. La lista de barcos que habían naufragado en las traicioneras aguas de la bahía era extensa y despiadada. Desde la cubierta y asomándose hacia el mar se apreciaban fantasmagóricos rizos de espuma que abría la quilla del ferry. 

Al cabo de unos minutos la niebla abrió una tímida ventana y se divisó finalmente la costa y la enfermiza luz de los faroles en los muelles. Una sirena de niebla sonó a lo lejos; otro barco sardinero buscando la entrada al puerto....."






Los Diletantes

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