Fermín Alonso se estrena en Los Diletantes #3 con un relato sorprendente, sin fuegos de artificio; un uppercut directo a la barbilla. Conciso y descarnado, el estilo de Fermín nos sumerge en una ambientación digna de elogio. También agradecemos enormemente la colaboración de Víctor Romano para la ilustración que lo acompaña. Contamos con el buen arte de Víctor, trasladando esa atmósfera tan personal del relato a su dibujo.
Para abrir boca, os dejamos un pequeño extracto.
No recordaba exactamente en qué momento sus compañeros del cuerpo decidieron apodarle “Shallum”, pero quizá su parecido con un personaje de una serie barata de la televisión setentera fue la causa. De eso hacía ya mucho tiempo. Damián, su nombre real, ya estaba retirado del servicio y apartado de casi todo. Distanciado de su esposa que le abandonó, de su hija que marchó a Irlanda de Erasmus y ya no quiso volver, de un trabajo al que tanto amó para que luego prescindieran de él como si a nadie le importara.
A veces seguía oyendo “Shallum” como si alguien lo llamara pero no parecías acordarse de él. Estaba solo. Tanto que, en ocasiones, se convencía a sí mismo de que una cierta locura avanzaba impertérrita en su interior. Todo le dolía, el pasado especialmente. Siempre se tuvo por una buena persona y un excelente policía.
Vivir con una pensión a la que arrancar una buena porción para su ex mujer y mantener además sus vicios no le era fácil, pero aún podía pagar un viejo apartamento en el que malvivir.
Hoy, arrellanado en el sillón orejero que va moldeando en las siestas con su cada vez más obeso cuerpo, recorre impasible el tiempo que sustenta su destino.
“Shallum”, fue una vez querido y admirado por su manera de vivir el oficio. Era respetado. Se jactaba de que nunca maltrató a nadie sin necesidad. Ahora, no obstante, se deshacía en recuerdos de una mujer, de una hija que le trataron como hombre y padre. Todo había terminado. Se había convertido en invisible.
Pronto podremos disfrutarlo íntegramente.
Los Diletantes.
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